Jornada de Formación y Convivencia 2014
12 de abril de 2013Jornada de Formación y Convivencia
25 de abril de 2013Del Vaticano, 18.07.2012
Amable Señorita:
Me agrada enviar a los miembros de los Institutos Seculares el presente Mensaje del Santo Padre, con ocasión del Congreso que se celebra en Asís y que ha sido organizado por la Conferencia Mundial de Institutos Seculares para tratar el tema: A la escucha de Dios ‘en los surcos de la historia’: la secularidad habla a la consagración.
Este importante tema pone el acento en vuestra identidad de consagrados que, viviendo en el mundo la libertad interior y la plenitud del amor que emanan de los consejos evangélicos, os considera hombres y mujeres capaces de una visión profunda y de un buen testimonio dentro de la historia. Nuestro tiempo plantea a la vida y a la fe interrogantes profundos, pero también manifiesta el misterio nupcial de Dios. En realidad, el Verbo, que se ha hecho carne, celebra las nupcias de Dios con la humanidad de toda época. El misterio escondido desde siglos en la mente del Creador del universo (cfr. Ef 3,9) y que se ha manifestado en la Encarnación, está proyectado hacia el cumplimiento futuro, pero ya injertado en el hoy, como fuerza redentora y unificadora.
En medio de la humanidad en camino, animados por el Espíritu Santo, podéis discernir los signos discretos y a veces escondidos que indican la presencia de Dios. Sólo en virtud de la gracia, que es don del Espíritu, podéis entrever en los senderos, con frecuencia tortuosos de las vicisitudes humanas, la orientación hacia la plenitud de la vida sobreabundante. Un dinamismo que representa, más allá de las apariencias, el sentido verdadero de la historia según el designio de Dios. Vuestra vocación consiste en estar en el mundo asumiendo todos sus pesos y anhelos, con una visión humana que coincida cada vez más con la divina, de donde brota un compromiso original, peculiar, fundado en la conciencia de que Dios escribe su historia de salvación en la trama de las vicisitudes de nuestra historia.
En este sentido, vuestra identidad afirma también un aspecto importante de vuestra misión en la Iglesia: es decir, ayudarla a realizar su estar en el mundo, a la luz de las palabras del Concilio Vaticano II: “No impulsa a la Iglesia ambición terrena alguna. Sólo desea una cosa:, continuar, bajo la guía del Espíritu, la obra misma de Cristo, quien vino al mundo para dar testimonio de la verdad, para salvar y no para juzgar, para servir y no para ser servido” (Gaudium et Spes, 3). La teología de la historia es parte esencial de la nueva evangelización, porque los hombres de nuestro tiempo necesitan reencontrar una visión global del mundo y del tiempo, una visión verdaderamente libre y pacífica (cfr. Benedicto XVI Homilía de la Santa Misa para la nueva evangelización, 16 de octubre de 2011). Y el Concilio nos recuerda también que la relación entre la Iglesia y el mundo se ha de vivir en el signo de la reciprocidad, por lo que no sólo la Iglesia da al mundo, contribuyendo a hacer más humana la familia de los hombres y su historia, sino que se trata también del modo de dar a la Iglesia, de tal forma que pueda comprenderse mejor a sí misma y vivir mejor su misión (cfr. Gaudium ed Spes, 40-45).
Los trabajos que os disponéis a realizar se detienen también en lo específico de la consagración secular en la busca de cómo la secularidad habla a la consagración, de cómo en vuestras vidas los rasgos característicos de Jesús – virgen, pobre y obediente – adquieren una típica y permanente “visibilidad” en medio del mundo (cfr. Exhortación Apostólica Vita Consecrata, I). Su Santidad desea indicar tres ámbitos sobre los que llamar vuestra atención.
En primer lugar, la donación total de vuestra vida como respuesta a un encuentro personal y vital con el amor de Dios. Vosotros, que habéis descubierto que Dios es todo para vosotros, habéis decidido darle todo a Dios y hacerlo de una forma peculiar: permaneciendo laicos entre los laicos, presbíteros entre los presbíteros. Esto exige una particular vigilancia para que vuestros estilos de vida manifiesten la riqueza, la belleza y la radicalidad de los consejos evangélicos.
En segundo lugar, la vida espiritual. Punto firme e irrenunciable, referencia cierta para alimentar el deseo de realizar la unidad en Cristo, que es tensión de toda la existencia de cada cristiano y mucho más de quien responde a una llamada total del don de sí. Medida de la profundidad de vuestra vida espiritual no son las muchas actividades, que también exigen vuestro compromiso, sino, más bien, la capacidad de buscar a Dios en el fondo de cada acontecimiento y de reconducir a Cristo todas las cosas. Se trata del “recapitular” en Cristo todas las cosas, de que habla el apóstol Pablo (cfr. Ef 1, 10). Sólo en Cristo, Señor de la historia, toda la historia y todas las historias encuentran sentido y unidad.
Este anhelo se ha de alimentar, pues, en la oración y en la escucha de la Palabra de Dios. En la celebración eucarística encontráis la raíz del haceros pan de Amor, partido por los hombres. Y en la contemplación, en la visión de la fe iluminada por la gracia, se ha de arraigar el compromiso de compartir con todo hombre y toda mujer los interrogantes profundos que anidan en cada uno para construir esperanza y confianza.
En tercer lugar, la formación, que no descuida ninguna edad, porque se trata de vivir la propia vida en plenitud, educándose en la sabiduría que siempre es consciente del carácter de criatura del ser humano y de la grandeza del Creador. Buscad contenidos y modalidades de una formación que os haga laicos y presbíteros capaces de dejarse interrogar por la complejidad que atraviesa el mundo de hoy, de permanecer abiertos a las solicitaciones que provienen de la relación con los hermanos que encontráis en vuestros caminos, de comprometeros en un discernimiento de la historia a la luz de la Palabra de Vida. Estad dispuestos a construir, juntamente con todos los que buscan la verdad, itinerarios de bien común, sin soluciones preconcebidas y sin miedo a los interrogantes que permanecen tales, pero siempre dispuestos a poner en juego vuestra vida, con la certeza de que el grano de trigo, que cae en la tierra, si muere produce mucho fruto (Jn 12. 24). Sed creativos, porque el Espíritu construye novedades; alimentad visiones capaces de futuro y raíces sólidas en Cristo Señor, para saber comunicar también a nuestro tiempo la experiencia de amor que es el fundamento de la vida de cada hombre. Abrazad con caridad las heridas del mundo y de la Iglesia. Vivid sobre todo una vida gozosa y plena, acogedora y capaz de perdonar, porque fundada en Jesucristo, Palabra definitiva de Amor de Dios para el hombre.
El Sumo Pontífice, mientras os dirige estas reflexiones, asegura a vuestro Congreso y a vuestra Asamblea un particular recuerdo en la oración, invocando la intercesión de la Bienaventurada Virgen María, que ha vivido en el mundo la perfecta consagración a Dios en Cristo, y de corazón envía a Usted y a todos los participantes la implorada Bendición Apostólica.
Al unir también personalmente todo mejor deseo, aprovecho la circunstancia para confirmarme con sentimientos de distinguida estima.
+Tarcisio Card. Bertone
Secretario de Estado