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Aún recuerdo el 12 de marzo por la tarde cuando me llegó un whatsapp de uno de los Institutos en los que trabajo, diciéndome que al día siguiente ya no fuera a trabajar, porque la Consejería de Educación había comunicado que estábamos ante una alerta sanitaria y los Centros permanecerían cerrados hasta nuevo aviso. En aquellos días el desconcierto y la incertidumbre de las continuas informaciones presagiaban el comienzo de una “nueva etapa” con cambios insospechados.
A mí me ha tocado vivir este tiempo de pandemia en la retaguardia, en mi casa, “teletrabajando” con mis alumnos y compañeros, y con mi madre, que vino para estar una temporada y finalmente se ha tenido que quedar conmigo durante todo este tiempo, hasta que por fin pueda regresar a su casa.
A lo largo de estos casi tres meses una de las cosas que he vivido con más intensidad es la presencia de Dios, “el misterio de lo sagrado” en lo ordinario de la vida. Algo que ya conozco porque es la esencia misma de la vocación a la que he sido llamada, la consagración en medio de lo secular. En el día a día, en la sencillez de la vida, en cada gesto y palabra, en la convivencia diaria con mi madre, en cada tarea culinaria o laboral, ahí estaba presente Dios. Ha sido un tiempo no sólo para “saberlo”, sino también para palparlo y a veces hasta para saborearlo.
La fortaleza que deja el Espíritu cuando después del cansancio provocado por horas interminables delante del ordenador y al teléfono, para que ningún alumno se quedara al margen, y luego otros desde arriba tiraban por tierra tanto tiempo de empeño y dedicación. La sabiduría que insuflaba para que junto a la tarea de la semana, no faltara esa cartita con un mensaje de ánimo, comprensión y esperanza para alumnos/as y padres/madres quienes también estaban viviendo esta situación sobrevenida de dificultad y estrechez y que agradecían con tanto cariño, porque sentían también sed de un mensaje de aliento.
El entendimiento que nos ilumina interiormente descubriendo esa presencia misteriosa de Dios como “todo está bien”, cuando te van llegando noticias de familiares y amigos afectados de un día para otro y de los que no pudimos despedirnos, o cuando los conocidos y los que no lo son tanto, comienzan a verse en una situación socio-laboral sin precedentes.
Una quisiera decir que en medio de toda esta situación siempre ha tenido un pensamiento y un mensaje de esperanza, pero no sería cierto. A veces también he padecido el mismo desasosiego y tristeza que la persona con la que hablaba y compartía mirando al cielo sin respuesta posible.
A la vez también una presencia de Dios que se revela como ausencia en ciertas prácticas diarias de la fe que teníamos asumidas con toda normalidad y que ahora se resquebrajan bajo nuestros pies. La celebración de la eucaristía diaria ya no es posible y entonces la oración personal y la oración en comunión a través de los medios y la lectura de la Palabra cobran una mayor relevancia en lo cotidiano. Una oración permanente que intenta descubrir en medio del sufrimiento y el dolor de la gente y de la situación concreta que vivíamos cada uno, al Dios de la vida. Una situación “nueva” que se nos presenta como un “lugar teológico” más, que necesita luz para descubrir lo que Dios nos quiere decir.
Ciertamente cuando decíamos hace ya unos años que estábamos viviendo un tiempo de cambio de época, ni soñábamos que nos fuéramos a ver en medio de esta situación de pandemia, que indudablemente está siendo un medio a través del cual ya están cambiando muchas cosas no sólo de nuestra vida cotidiana.
Cuestiones que ni hubiéramos imaginado en el mejor de los sueños ahora se están convirtiendo en oportunidades y fortalezas no sólo a nivel social, político y económico, sino también eclesial.
Es una fuerte llamada para toda la Iglesia y para los Institutos Seculares en concreto, a repensarnos por dentro y reinventarnos por fuera, siendo fieles a Dios y al hombre/mujer de hoy, con los que nos toca vivir y compartir la fe y la vocación, reconvirtiéndolo todo en oportunidades, para testimoniar y comunicar el Evangelio, facilitando que las personas puedan seguir encontrándose con Cristo en su propia realidad personal y respondiendo a su llamada a vivir en el Amor.
Invirtamos en el aprovechamiento de la nuevas tecnologías, en comunicadores de la verdad que las manejen, instrumentos de la justicia y la paz en el universo de las relaciones humanas, sanadores/as del dolor y el sufrimiento humano. Tomemos decisiones que tengan que ver con energías renovables en nuestras casas, transportes y compras. Mantengamos y/o pongamos en marcha relaciones económicas alternativas a este capitalismo feroz a través de nuestras pequeñas empresas a veces familiares. Impulsemos otra manera de gestionar y trabajar en las estructuras sociales y políticas,…
En medio de todas estas realidades en las que nosotros/as somos signos de esa presencia misteriosa y misericordiosa de Dios, podemos y debemos prestar un mayor y mejor servicio, aportando iniciativas, formas de ver, pensar y entender la realidad desde la perspectiva del Reino y en las que podemos seguir creciendo y enriqueciéndonos mutuamente como sociedad.
Fátima Henríquez
I.S. Catequistas de la Virgen del Pino
Santa Lucía de Tirajana