Venerable Magdalena Aulina

Bañolas (Gerona), 13.XII.1897 – Barcelona, 15.V.1956. Fundadora del Instituto Secular de las Operarias Parroquiales.

Fueron sus padres Narciso Aulina y Carmen Saurina, siendo la sexta de siete hermanos. Desde muy pequeña fue especialmente devota de la Virgen, a la que dedicaba sus juegos infantiles.

Tenía una hermana mayor que era monja profesa del Carmelo de Banyoles. Todos creían que seguiría sus pasos, pero Magdalena, aunque atraída por la vida consagrada, no quería permanecer en un convento, sino dedicarse a ganar almas para Dios sin abandonar el mundo. Es lo que ella llamaría la “secularidad consagrada” para evangelizar en todo tiempo y sin fronteras, trabajando “a campo abierto” para la mayor gloria de Dios y el bien de las almas. Este nuevo camino de espiritualidad y apostolado intuido por Magdalena lo comenzó a poner en práctica en 1916, cuando contaba dieciocho años, en el barrio de Les Rodes de Bañolas, donde se puso a disposición del párroco.

Organizó los que ella llamó “encuentros marianos”, reuniones a las que invitaba a sus amigas y vecinas. Esta práctica tuvo muy buena acogida y ello animó a Magdalena a realizar otras iniciativas, como el Patronato de Obreras para ayudar y dar formación a las jóvenes que trabajaban en las fábricas y una escuela para los más pequeños. En 1925, los encuentros marianos eran tan concurridos que hubieron de celebrarse en la plaza pública, lo cual puso de manifiesto la necesidad de una iglesia, cuya construcción impulsó Aulina. En uno de los locales anejos al templo fundó un “casal” para el esparcimiento y la educación religiosa de la juventud. Por esa época, llegó a sus manos la vida de santa Gema Galgani (1878-1903), mística laica de Lucca (Italia), que adoptó la espiritualidad pasionista sin entrar en religión y que le inspiró el modo de vida de la fundación en la que hacía algún tiempo pensaba.

El 25 de marzo de 1933, en la iglesia de la Sagrada Familia, Magdalena y sus primeras compañeras se consagraron al Señor, “permaneciendo en el mundo sin ser del mundo”, y se pusieron bajo la dirección espiritual de monseñor Ignacio Enrique Jordà. Para albergar a sus colaboradoras y ampliar sus actividades religiosas y sociales fundó la Casa Nostra, para la cual destinó la casa y el solar que tenía en propiedad a orillas del lago de Bañolas (en los números 64 y 66 de la calle de la Divina Pastora, respectivamente), encargando su remodelación y construcción al arquitecto gerundense Rafael Massó Valentí, que ejecutó el proyecto entre 1933 y 1935, siendo hoy uno de los mejor conservados de su producción.

A pesar de la fama creciente de Magdalena, su nueva obra despertó fuertes recelos en algunos sectores eclesiales de la diócesis de Gerona, en los que no se comprendía que unas señoritas consagradas a Dios no viviesen sujetas a una regla ni vistiesen hábito. Después de la Guerra del 36 y la persecución religiosa, la Casa Nostra fue nuevamente objeto de oposición, esta vez por parte del propio obispo de Gerona, monseñor José Cartañá Inglés, que la consideraba una obra “doctrinalmente herética, en el orden familiar disolvente y en el social y público perturbadora” (como escribió en 1941 al ministro de Educación de entonces, José Ibáñez Martín). El obispo de Pamplona, el salesiano monseñor Marcelino Olaechea Loizaga, se mostró, por el contrario, entusiasta e invitó a Magdalena a establecer la fundación en su diócesis. En 1941, envió ella un grupo de sus colaboradoras a Navarra, donde constituyeron la Pía Unión de Operarias Parroquiales, erigida por el obispo en 1945 y que prosperó grandemente.

En 1951, Magdalena decidió ir a Roma, donde se entrevistó con el santo padre Pío XII. El Pontífice, que había establecido los Institutos Seculares mediante la constitución Provida Mater Ecclesia de 1947, le dio de buena gana la bendición apostólica a su obra. A partir de entonces, las Operarias Parroquiales conocieron un gran incremento, extendiéndose por el mundo. Magdalena se quedó en Roma durante un tiempo para consolidar su obra, fundando una comunidad en la Ciudad Eterna, y para resolver las dificultades que se presentaban.

Vuelta a España, se estableció en Barcelona, donde murió con fama de santidad. Sus restos reposan en el oratorio de la casa central del instituto en la Ciudad Condal. Las Operarias Parroquiales fueron finalmente aprobadas como instituto secular por la Santa Sede en 1962. Están presentes en Europa (con numerosas casas en España, Italia y Francia), en América (Puerto Rico y Paraguay) y en África (Guinea Ecuatorial y Gabón).